Prólogo

La lluvia torrencial empapaba la tierra.

Cada vez que las ruedas de la carreta chirriaban al pasar sobre el camino embarrado, parecía que la lluvia quería llevarse consigo toda la vitalidad del mundo.

—Llegaremos pronto. Akarna, ¿todo está bien?

Al escuchar al cochero, la mujer de cabello oscuro en el interior de la carreta levantó la cabeza, aún perdida, observando las gotas de lluvia que golpeaban la ventana. Asintió lentamente tras unos segundos de pausa.

—Llegaremos pronto, así que, por favor, aguante un poco más.

El cochero se retiró, dejando a la mujer sola. A través del sonido de los cascos de los caballos, las ruedas y las salpicaduras del barro, la mujer escuchaba fragmentos de la conversación de los hombres.

—La Akarna no se ve muy bien, ¿crees que estará bien?
—¿No es la primera vez que va a los límites del imperio? Quizá esté nerviosa.
—Más que eso…

La voz se apagó un poco.

—Debe estar afectada porque Su Alteza el Príncipe Heredero se comprometió.

La mano de la mujer, que descansaba con elegancia sobre su regazo, se tensó.

“Comprometido.”

Era una palabra que no deseaba escuchar por un tiempo.

Había amado a ese hombre durante cinco años, enfrentando la oposición del templo y de la familia imperial. Pero ahora, él estaba comprometido con otra mujer.

Él no era un hombre ordinario. Era el príncipe heredero del imperio, y su matrimonio no sería algo común tampoco.

Por lo tanto, era natural que se casara con una mujer de una noble familia distinguida.

Esa mujer era la hija mayor del marqués más honorable del imperio, proveniente de una casa noble que había protegido al imperio de las bestias que amenazaban sus fronteras durante cientos de años. Además, aunque no había habido una alianza sólida con ese territorio aún, parecía que finalmente se había concretado con este matrimonio.

El soberano del imperio y la casa noble que lo protege.

El príncipe heredero, quien había logrado hazañas brillantes desde su juventud, y una joven dama hermosa que había crecido como una princesa, adorada por su familia noble.

Es la pareja perfecta para un cuento romántico que cualquiera querría escuchar.

Pero para la mujer que estaba sentada en la carreta, las cosas eran diferentes.

La Akarna del templo era una figura venerada, pero eso no significaba que el templo la apoyara en todo lo que hacía.

Aunque cumplían con su deber de cuidarla, esto solo aplicaba si ella desempeñaba fielmente su «misión como Akarna». Y esa misión estaba lejos de ser algo noble.

Ir a las afueras, con apenas unos pocos escoltas.

Purificar la tierra que había sido corrompida por el miasma negro y salvar a quienes sufrían por ello.

Ese era el deber que el templo debía cumplir por la humanidad, y también el deber de la Akarna al obedecer la voluntad de los dioses.

Sin embargo, esta misión nunca había sido algo que ella quisiera. Solo aceptó porque estaba enamorada del príncipe heredero, y por el bien del imperio que él gobernaría, se obligó a soportar el sufrimiento.

Ella amó con desesperación durante cinco años.

Pero sus esperanzas se rompieron cuando él anunció su compromiso con otra mujer.

Ella había visto a esa mujer a la distancia.

Era una noble encantadora que sonreía como una flor en plena floración mientras el príncipe la escoltaba.

Una familia honorable. Una personalidad impecable. Un territorio vasto y próspero. Incluso su apariencia era deslumbrante.

Todo era diferente a su yo sombrío y tímido.

—Ha…

¡Clap, clap, clap!

El viaje continuaba, mientras la lluvia se intensificaba y ralentizaba el avance de la carreta. Sin embargo, era imposible detenerse aquí en medio, así que el carruaje atravesó la montaña durante toda la noche. Cuanto más se adentraban en la montaña, más empinada se volvía.

Se preguntó si fue su culpa por pedir ir a un lugar más lejano que de costumbre.

Pero incluso ese débil sentimiento de culpa desapareció rápidamente cuando la carreta comenzó a temblar.

No era solo la carreta; la tierra misma estaba temblando.

“¿Qué está pasando?”

Cuando la mujer del carruaje se puso más nerviosa, desde afuera, escuchó un grito de pánico.

—¡Den la vuelta a los caballos! ¡Es un deslizamiento de tierra!

—¡Ya es demasiado tarde para dar la vuelta! ¡Dejen la carreta y escapen…!

¡Pum, pum!. ¡Bang!

Antes de que pudiera reaccionar, una enorme avalancha de escombros golpeó la carreta primero.

La visión de la mujer se volteó en un instante. La carreta temblaba violentamente como si fuera sacudida por un terremoto. Intentó aferrarse a una esquina, pero finalmente rodó dentro de la carreta mientras un asiento caía sobre su espalda.

—¡Huhk…! ¡Ugh…!

A duras penas mantenía la conciencia.

La carreta estaba medio destruida y apenas sostenida al borde de un acantilado.

La mujer consiguió sostenerse a pesar de que el carruaje se inclinaba cada vez más. Sin embargo, el suelo sobre el que apenas se mantenía en pie estaba mojado por la lluvia. Estaba demasiado resbaladizo.

—¡Aaack!

Finalmente, perdió el equilibrio y resbaló. Aunque logró agarrarse de un fragmento sobresaliente de la carreta, no sabía cuánto más podría resistir.

Creeaak. La carreta se inclinó aún más, y la mujer no era particularmente fuerte. Las gotas de lluvia que seguían cayendo no ayudaban.

—¡Akarna! ¡Aguante! ¡Ya bajamos por usted!

Afortunadamente, los escoltas acudieron rápidamente a buscar a la mujer. Se suponía que debían proteger debidamente a la única Akarna, pero de este modo, serían despreciados por los superiores. Al verlos inquietos, la mujer sorprendentemente no sintió ninguna emoción.

¿Acaso importaba si la salvaban?

Si lograban rescatarla, ¿qué le esperaba después?

De cualquier forma, ¿simplemente iría al lugar designado, completaría sus debees como Akarna, y luego regresaría al imperio?

Allí la aguardaban días monótonos y repetitivos.

Ayudaba a las personas que acudían al templo porque necesitaban ayuda. También iba a veces a la tierra contaminada que había sido erosionada por el miasma, igual que lo que se supone que hace ahora.

Además, ayudaría a la gente de allí. Ayuda. Ayuda. Hacer algo que valiera la pena. Era apreciada por innumerables personas. Era venerada como una santa.

Y mientras lo hacía, pronto se celebraría un gran acontecimiento.

El matrimonio del hombre al que amaba.

—Ha…

No sabía por qué estaba riéndose.

Impulsivamente, la mujer aflojó su agarre. Los escoltas gritaron alarmados al verla soltar la mano.

El miedo al repentino vacío la invadió. Pero, al mismo tiempo, sintió una inesperada libertad.

Cerró los ojos mientras imágenes del pasado inundaban su mente.

El hombre que había conocido en secreto, desafiando la oposición del templo.

El hombre que le enseñó a leer y escribir.

Aquel al que, incluso después de ser traicionada, aún extrañaba profundamente.

En ese rincón del mundo donde solo existían ellos, compartieron palabras dulces y promesas, tomados de la mano.

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