Bajo el Roble 2 - Capítulo 5

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Capítulo 5

 

Un joven vestido con una amplia túnica gris caminaba por el estrecho pasillo, con su habitual aspecto meticuloso. Era Ranulf, el mago de clase alta encargado de los novatos. Sin prestar atención a la mirada de desaprobación de la bibliotecaria, el hombre avanzó pisando fuerte hacia Maxi.

 

—Me alegro de haberme encontrado contigo aquí. Me ahorra un viaje a tu sala de conferencias.

 

—¿Ha-hay algún problema?

 

—¿De verdad no lo sabes?

 

Con sus manos en su cintura, el gran mago le dirigió una mirada imperiosa. Aunque Maxi podía sentir las miradas curiosas de los otros magos que leían junto a la venta, Ranulf no parecía estar dispuesto a mostrar discreción. Sacó un grueso fajo de pergaminos de su túnica y se los agito enfrente de la cara a Maxi. Sus ojos y parpadeantes se abrieron cuando se dio cuenta de que era la carta que había pasado escribiendo durante muchas noches sin dormir.

 

El gran mago se frotó la sien y exhalo un suspiro.

 

—¿No te he dicho innumerables veces que los novicios deben escribir cartas breves y sencillas porque son inspeccionadas antes de ser enviadas? ¿No fueron suficientes los dos rechazos para que eso se entendiera?

 

—¡Pe-pero esta vez realmente lo mantuve lo más corto posible!

 

Maxi chilló, temerosa de un tercer rechazo.

 

A los novatos solo se les permitía enviar cartas dos veces al año y, como había dicho el mago superior, las suyas habían sido rechazadas en ambas ocasiones. Ofendida Maxi lo fulmino con la mirada.

 

—Me-me dijiste que no pasara las 10 páginas… y-y lo cumplí.

 

—Cumpliste, ¿dices?

 

Casi al borde de las lágrimas, el gran mago extrajo una página doblada del paquete y la aplanó. Maxi gritó y se apresuró a tapar el contenido de la carta. Haciendo caso omiso de su angustia, Ranulf colgó el pergamino del tamaño de un mantel delante de sus ojos.

 

—¡¿A esto le llamas cumplir?! Estos son pergaminos destinados a delinear grandes dispositivos mágicos, ¡y tú los llenaste con tu pequeña letra! ¡Mis ojos casi se salen! ¡Me esforcé por seguir adelante porque realmente quería permitirte una carta esta vez, pero resultó que imposible!

 

Gruño Ranulf, señalando sus ojos inyectados en sangre.

 

—¿Es este algún tipo de experimento tortuoso que estás llevando a cabo? La ultima vez, me condenaste con una carta más larga que las sagradas escrituras y ahora esta ridiculez-

 

Parecía tener dificultad para encontrar la palabra correcta antes de gritar:

 

—¡¿No tienes nada de respeto por la persona que tiene que comprobar esto?! ¿Entiendes lo tortuoso que es ser obligado a leer una carta de amor tan larga?

 

—¡No es una carta de amor! ¡Simplemente, le estaba dejando saber a mi esposo como estaba! Solo podemos enviar cartas dos veces al año… ¡así que por supuesto que tendría mucho que decir!

 

El gran mago levantó la barbilla y resopló ruidosamente.

 

—Deberías alegrarte de que los rechace. Hubiese sido desastroso si se hubiese permitido que cruzaran el mar. Créame, ¡esas patéticas cartas suyas hubieran asustado a su marido!

 

El estupor quitó el color de la cara de Maxi. ¿Cómo podía decir una cosa tan terrible cuando ella estaba loca de preocupación?

 

Olvidando que estaban en un espacio público, grito:

 

—¡Te equivocas! ¡Mi marido… no es un hombre desalmado como usted, maestro Ranulf!

 

—Suficiente. Simplemente reescríbelo.

 

Dijo el gran mago con los dientes apretados.

 

Dicho esto, sacó un pergamino de un solo kevet de largo y lo agitó hacia ella.

 

—Te estoy dando una oportunidad más. Las cartas saldrán en dos días, así que tienes hasta mañana para escribir otra. El pergamino debe de ser de este tamaño…

 

Ranulf se detuvo, camino hacia el escritorio de la bibliotecaria y le arrebató la pluma a la anciana de su mano. Rápidamente, garabateo una frase en el pergamino.

 

—Y tu letra no puede ser más pequeña que este tamaño. Mantenlo del largo de unas cinco páginas.

 

—Pe-pero dijiste diez páginas, la última-

 

—Cinco. Una página más y le pondré el sello de rechazada inmediatamente, así que tenlo en cuenta mientras escribes.

 

Después de dejar claro su punto, Ranulf se dio la vuelta y salió de la biblioteca. Asombrada, Maxi se quedó inmóvil mientras observaba al hombre marcharse. Alguien se aclaró la garganta detrás de ella. Era la bibliotecaria, dirigiéndole una mirada de enojo desde detrás de la mesa.

 

—Cualquiera que levante la voz aquí tendrá prohibido la entrada durante una semana.

 

Maxi parpadeó.

 

—Como esas son las reglas,

 

Continuó la bibliotecaria.

 

—por la presente se le prohíbe ingresar a la biblioteca durante una semana, Maximilian. Por favor, retírese de las instalaciones de inmediato.

 

Al borde de las lágrimas, Maxi se dio la vuelta para irse.

 

A pesar de estar aturdida, Maxi pudo completar con éxito su clase de debate. Aun miserable, camino de regreso a su dormitorio, jugueteando con la carta que había pasado meses redactando cuidadosamente. Cada vez que el anhelo se hacía imposible de soportar, vertía esa emoción en un pergamino. Era cierto que sus cartas eran demasiado largas, pero unas pocas páginas simplemente no eran suficientes para contener todo lo que quería decirle.

 

“Realmente intenté que fuera breve esta vez” 

 

Maxi entró en su habitación con una expresión triste. Roy saltó de su posición acurrucado en la cama para frotarse contra su pierna. Después de alimentar al gato, Maxi se sentó en su escritorio y miró malhumorada el paquete de pergaminos. De repente, toda su ansiedad y tristeza reprimidas estallaron como pus brotando de una herida.

***

“Si te vas, ya no te esperaré.”

***

 

Maxi se mordió el labio. Todas las preocupaciones que había dejado en el fondo de su mente comenzaron a atormentarla. ¿Realmente había querido decir esas palabras? ¿Había perdido ya su lugar a su lado? ¿Y si ya no la necesitaba? ¿Qué haría ella entonces?

 

Luchando para respirar, sacó un nuevo trozo de pergamino y comenzó a garabatear como si estuviera poseída. A pesar de tener poco sobre que escribir, ya que los relatos sobre la vida en Nornui estaban prohibidos, las palabras seguían saliendo a borbotones y le resultaba imposible detenerse. No lograban expresar plenamente cuánto pensaba en él, cuánto extrañaba su tiempo en Anatol y como le rompía el corazón cada vez que recordaba el día que lo había dejado. ¿Cómo podrían ser suficientes cinco páginas cuando ni siquiera mil podían contener su anhelo?

 

En las pocas palabras que le habían permitido, hizo todo lo posible por transmitir todas las emociones de su corazón. Apenas logró evitar rogarle que no la olvidara. Al hojearlo una vez que terminó, Maxi se dio cuenta de que había fracasado estrepitosamente a la hora de articular todo lo que quería decir.

 

Su rostro decayó mientras miraba sombríamente el pergamino amarillo. ¿De qué servía? Es posible que Riftan ni siquiera quisiera recibir una carta. Quizás ya se había olvidado por completo de ella. La idea le desgarró el corazón. Se cubrió la cara con las manos y trató desesperadamente de contener las lágrimas.

 

Un suspiro escapó de sus labios. Parecía que nunca podría deshacerse del terrible hábito de imaginar lo peor. A pesar de sus máximos esfuerzos de mejorarse en su estancia en Nornui, su naturaleza fundamental resultó difícil de cambiar.

 

Después de contemplar con cansancio la puesta del sol, Maxi mojó su pluma en tinta. Incluso si Riftan ya no la necesitaba, ella todavía lo necesitaba a él. Todo lo que quería era una oportunidad más para recuperar su corazón. Recomponiéndose, escribió un breve pasaje sobre cómo estaba y que estaba haciendo todo lo posible para regresar a Anatol. Dudo antes de garabatear una última línea.

 

“Te extraño tanto que podría morir”

 

Mientras miraba fijamente las palabras, las lágrimas que había mantenido reprimidas estallaron. Secándose las mejillas, selló la carta dentro de un sobre de cuero. Roy, sorprendido por sus sollozos, se acercó sigilosamente a ella y se frotó contra su falda. Maxi tomó al gato en sus brazos y enterró su rostro en su suave pelaje.

 

—Tú… también extrañas tu hogar, ¿no?

 

Roy ronroneó y le lamió la mejilla con su lengua áspera. Ella sollozó.

 

—Yo también lo extraño.

 

Un golpe en la puerta interrumpió el momento de tranquilidad.

 

Maxi levantó la cabeza y murmuró.

 

—Roy… ¿Qué hiciste esta vez?

 

Como si escapara de su mirada acusatoria, Roy se soltó de su agarre y se lanzó debajo de la cama.

 

—¿Qui-quién es?

 

—Soy yo.

 

Cuando abrió la puerta, encontró a Anette esperándola con una linterna en la mano.

 

Desconcertada, Maxi dijo:

 

—¿Qué te trae por aquí…a esta hora?

 

Anette Godric reside en la aldea de la tribu Umri y, por lo tanto, rara vez se la veía en los dormitorios.

 

—El maestro London me envió. Quiere verte en su oficina. Dice que hay algo que desea discutir contigo sobre las runas que le pediste que revisara.

 

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