Buscando al marido de la duquesa - Capítulo 1
Capítulo 1:
La duquesa quiere el divorcio.
Una cobarde, una llorona, una tonta.
Estas eran las palabras que describen a Artia, la única hija del duque de Edenberg.
Nació pequeña y débil.
Desde una temprana edad, Artia tuvo un miedo patológico.
Incapaz de mirar a la gente a los ojos, miraba al suelo y no podía decir lo que quería, ni siquiera a su sirvienta.
—¡No murmures, míralos a los ojos y díselos una vez y otra vez y otra vez!
Cuanto más la regañaba su padre Benedict, el duque de Edenberg, más se encogía Artia.
— *Risitas* Qué princesa ducal más cobarde. Un mendigo sería más noble si viniera a mendigarme a mi casa.
Pero había una persona que había tratado a Artia con amabilidad.
Era Lloyd, el cuarto hijo del vizconde Reiner.
Cada vez que la veía, Lloyd decía dulcemente.
—No tienes que estar tan asustada cuando estás conmigo, Artia.
Cunado estaba con el podia levantar la cabeza y mirarlo a los ojos.
Podía sonreír.
A Artia le gustaba el dulce Lloyd.
Pero Artia oculto desesperadamente sus sentimientos.
—El señor Lloyd no es alguien con el que una chica como yo deba cruzarse.
Él merecía a una mujer más bella y sabia.
“Cuando llegue el día en que encuentre a una mujer así para ser su esposa, lo bendeciré con todo mi corazón”.
Mientras tanto, cuanto más crecía Artia, más preocupado se volvía Benedict, duque de Edenberg.
—Una mujer no puede suceder el título en el Imperio. Para mantener vivo el apellido de la familia, debemos tener un yerno. Un hombre que se convierta en miembro de la casa de Edenberg y que sea obediente como un perro.
Había mucha gente que quería estar asociados con el duque de Edenberg, pero la decisión no era fácil.
La incapacidad de Artia para hablar, incluso enfrente de su sirvienta, se exacerbaba en la presencia de hombres adultos, y temblaba como si se enfrentara a una bestia feroz.
No era la primera vez que el duque se preocupaba por su hija.
—A este paso, ella no podrá pasar la primera noche en este tipo de condiciones.
Quizás con el tiempo, pero aun así.
Benedict tenía la intención de trasmitir el ducado a un hijo de Artia, un niño con su propia sangre, por lo que el matrimonio de su hija era un asunto muy importante para él.
ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ
El duque tuvo una visita inesperada.
Era Lloyd.
—Duque, permítame el honor de ser el marido de la princesa de Edenberg.
Su voz era cortes y entusiasta, pero la expresión del duque era fría.
Incluso si Artia no era lo suficientemente buena, el cuarto hijo del vizconde Reiner era demasiado inferior.
Pero en el momento que noto a Artia, que estaba sentada a su lado, sus ojos se abrieron como platos.
Solía mirar al suelo y temblar cada vez que veía a un noble proponiéndole matrimonio.
Pero ahora estaba mirando a Lloyd con la cara roja como una rosa.
Incluso Benedict, que nunca en su vida había visto una mota de polvo, pudo reconocer la mirada del romance.
Era el rostro de una mujer a la que habían propuesto matrimonio nada más que el hombre que amaba.
Benedict pregunto:
—¿Te gusta?
Por primera vez en su vida, Artia tuvo el valor de hablar.
—Sí, padre, quiero que él sea mi marido.
Benedict no era el tipo de hombre al que le importaban los deseos de su hija.
Pero sabía que Lloyd podría lograr acostarse con Artia sin ningún problema, y entonces él podría tener al fin un verdadero heredero.
Finalmente, Benedict tomo una decisión.
—Acepto la mano de Lloyd von Reiner en matrimonio para mi hija.
Lloyd y Artia sonrieron al mismo tiempo.
ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ
Esa noche, Lloyd vino a visitar a Artia.
Llevaba un ramo de hortensias rosas, del color exacto de sus ojos.
—Te amo Artia, y te protegeré para siempre.
Artia sonrió entre lágrimas ante la inesperada dulce confesión.
El testamento del duque anterior había estipulado que el título pasaría a cualquier hijo que naciera de su hija, Artia von Edenberg.
Sin embargo, si el gran duque muriera antes de que Artia tuviera hijos, el título pasaría a…
—Está establecido que el título ducal pasara al marido de Artia von Edenberg.
El abogado continuo.
—Pero eso es solo temporal, tan pronto nazca el hijo de Artia von Edenberg, él debe tomar el título.
Lloyd sonrió.
—Si lo hay o no.
Y así Lloyd se convirtió en el 23° duque de Edenberg.
Y fue el peor error que Benedict pudo haber cometido jamás.
Como duque de Edenberg, Lloyd se convirtió en un hombre diferente.
Ya no le sonreía a Artia.
Él ni siquiera llamaba su nombre de forma afectuosa.
En consecuencia, Artia se armó de valor, agarro a Lloyd por el cuello y dijo:
—Mi amor, por favor dime si he hecho algo mal.
Artia pensaba que ella era la razón por la que Lloyd, que era tan dulce, cambio en un instante.
Así que intento disculparse con él.
Intento arreglar las cosas que a él no le gustaban.
Quizás entonces volvería a ser el mismo de antes.
Pero su respuesta fue brutal.
—¿No lo ves, Artia? Solo estaba siendo amable contigo porque codiciaba el apellido de los Edenberg.
—Casarme contigo era la única oportunidad de que el cuarto hijo de un vizconde se convirtiera en miembro de la gran nobleza, no habría heredado ni título, ni fortuna y me habría visto obligado a vivir como un mendigo.
—No esperaba que el ex duque se enorgulleciera de que me convirtiera en duque, pero ahora, en menos de cien días después de nuestro matrimonio, el anciano está muerto.
Lloyd sonrió de forma retorcida.
—Supongo que estaba destinado a ser el duque de Edenberg.
Artia no podía respirar.
El primer hombre al que había amado estaba siendo muy duro.
Lloyd miró a Artia, que no podía emitir sonido alguno, y sus lágrimas corrían por su rostro, y dijo con severidad:
—Si lo entiendes, de ahora en adelante te quedarás en tu habitación como una rata muerta porque no hay nadie en esta mansión que este de tu lado.
Lloyd tenía razón.
Los sirvientes de la mansión preferían seguir a Lloyd que a la impotente Artia.
No importaba cuan malo fuera Lloyd con ella, nadie la ayudaría.
Durante este tiempo infernal, Artia se desmoronó lentamente.
Un día, cuando el sol brillaba intensamente, se paró en frente del lago del jardín.
Sus lágrimas se habían secado, y miro fijamente a las profundidades del lago con una sonrisa en su rostro.
Splash—
Mientras el agua todavía helada entraba en sus pulmones, la mente de Artia estaba llena de desgana por la vida, sin ningún resentimiento a su marido.
Solo sentía desprecio por su propia estupidez.
“Me odio mucho”.
“Ojalá pudiera desaparecer para siempre”.
“Por favor”.
“Por favor”.
“Por favor”.
Artia abrió sus ojos.
Parpadeo sus ojos rosados y se congeló.
—¿No estaba… muerta?
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