La historia de amor de Violeta - Capitulo 1 parte 10
1. Grieta (10)
Había pasado mucho tiempo, pero todavía reconoció la letra de Siasen. La letra curvada, parecida a un garabato, reflejaba su personalidad. Ella lo miró vacilante antes de obligarse a calmarlo y leerlo.
<Te invito a mi primera exposición. Que la perla de del atardecer adorne esta ocasión. De tu amigo sincero.>
La invitación se parecía a las que se envían comúnmente en la alta sociedad y no parecería nada especial para nadie más. Pero al oír las palabras “perla del atardecer”, Ana se olvidó momentáneamente de respirar. Siasen le decía a menudo que se parecía a una perla. Como una perla bañada en los colores del atardecer, había dicho, alabando sus hermosos ojos. Su mirada sería y penetrante la hacía sentir como la mujer más hermosa del mundo.
Perla del atardecer. Esas palabras eran su señal secreta.
Te extraño. Te anhelo. Y… te amo. Sentimientos tan dulces e intensos estaban dentro de esa carta. Sintió un leve mareo y cerro los ojos profundamente antes de volver a abrirlos. Quería esconder esa carta donde nadie pudiera encontrarla o quemarla en la chimenea, sin dejar rastro.
El corazón se le aceleró. La fragancia de él permanencia en la carta. La hermosa pradera, el atardecer que tineo el mundo entero, su primer beso debajo de él. Todas las emociones y sensaciones de ese momento aún permanecen en un rincón de su corazón. Incluso si los colores se oxidaban a sepia, eran reliquias valiosas del tiempo.
“Ah, ¿por qué no has cambiado en absoluto? ¿Por qué apareces ante mí tal y como eras en el pasado?”
Regresando a un hábito de su niñez, Ana miro hacia abajo y siguió su olor antes de volver a sus sentidos repentinamente.
Había muchas sirvientas en la habitación. Compuso con calma su expresión y volvió a poner la carta en el sobre. Reflexiono sobro que tenía que hacer.
ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ
Los días pasaron rápidamente. Ana había estado ocupada asistiendo a reuniones de damas nobles, acompañando a García en banquetes, controlando los asuntos familiares y adquiriendo algunos cuadros. Mantenerse ocupada le ayudo a mantener a raya los pensamientos intrusivos.
Durante la cena, García le sugirió gentilmente que tomara te para cuidarse, haciéndole darse cuenta de que podría haber sobre esforzando su cuerpo. Parecía preocupado de que su esposa, que había estado enferma no hacía mucho, estaba presionándose demasiado.
La anoche anterior a la exhibición de Siguin Noel, la pareja disfruto de un buen vino enviado por el señor de Arson, su socio comercial, y naturalmente terminaron juntos en la cama.
Después de un tierno y gentil momento de intimidad, hablaron tranquilamente y tomaron té. Cuando Ana regreso después de haber salido brevemente de la habitación, García estaba de pie junto a la mesa, mirando algo.
Emite un sentimiento distintivamente masculino y lánguido, con su cabello plateado, generalmente limpio, despeinado y un camisón color vino suelto. Quizás transmite esa sensación aún más porque acababan de tener intimidad. Ana se acercó a él con una sonrisa y le pregunto:
—¿Qué estás mirando?
—Oh, esposa.
García se volvió hacia ella con indiferencia, pero Ana no pudo evitar que su expresión se endureciera por un momento al ver la invitación en su mano. Ella rápidamente finge estar calma y sonrió. Él la estaba mirando.
—Oh, la exposición es mañana.
Finge haberlo olvidado. Mientras en realidad no dejo de ser consciente de cada día que pasaba desde que recibió la invitación. Ana se sintió un poco disgustada consigo misma. Ese sentimiento se hizo aún más fuerte cuando García beso su cabello.
—Parece que realmente disfrutas de las pinturas.
—Sí.
Ella respondió brevemente y luego añadió, casi como una excusa:
—Los amo desde que era una señorita. Son divertidas y emocionantes.
—Así es.
Deseo que el no la mirara con ojos tan tiernos.
El amor de Anaís por la pintura comenzó desde su infancia. Aun así, su pasión por coleccionarlas comenzó tras enamorarse de Siasen.
Quería comprender y conocer su mundo. Y, finalmente, colecciono obras de arte como una forma de sustituirlo a él, a quien nunca podría tener.
Incluso después de crecer y casarse con otra persona, el mundo que compartía con él era completamente suyo, aunque solo fuera un recuerdo.
Solo después de que Ana se reuniera con Siasen es que se dio cuenta de su deseo secreto. Era un sentimiento codicioso que quería guardar para sí misma hasta el día de su muerte. Aunque ya no coleccionaba arte pensando en él, era innegable que él era el motivo de su afición.
—¿Tomamos otra copa de vino? El queso parece bueno.
Cambio de tema sin querer profundizar más.
Generalmente, García no se fijaba mucho en su colección de arte, ya que sus pasatiempos eran diferentes. Su forma de preocuparse era proporcionar un amplio presupuesto para compras de arte o construir una nueva galería privada para su colección. Él ni siquiera estaba muy interesado en el arte.
Pero hoy era diferente.
—¿Qué tipo de arte te gusta más?
Sorprendida por la inesperada pregunta, Ana se dio la vuelta para mirarlo, García, sentado en un sillón de color verde oscuro con la barbilla apoyada en la mano, miraba fijamente sus ojos, fijos únicamente en ella, parecía un depredador escondido entre los arbustos, observando su presa.
Sintiéndose expuesta por su mirada, Ana sacudió la cabeza, descartando sus tontos pensamientos. Él siempre tenía una cara amable. Ella se acercó y se sentó frente a él, sonriendo.
—No esperaba que preguntaras eso.
Ahora fue el turno de García de estar desconcertado. Frunció el ceño y e inclino la cabeza.
—¿Por qué no?
—Siempre has respetado lo que hago, pero nunca has mostrado interés.
Su tono era juguetón, si bien lo decía en serio, García permaneció en silencio. La prolongada mirada hizo que Ana se sintiera incómoda, rompiendo el silencio.
—¿García?
—¿He… sido tan indiferente?
—¡No!
Su vehemente negación fue inmediata. Había olvidado su fuerte sentido de la responsabilidad. Ella sacudió la cabeza y extendió su mano para tomar la mano de él.
—Era una broma. ¿Dónde más podría encontrar un marido tan cariñoso como tú?
—No, no es eso…
Su voz sonaba suave y agradable, pero ahora sonaba profunda y algo melancólica. García bajo la vista por un momento antes de mirarla.
—No creo que lo que dijiste sea incorrecto.
—¿Sí?
—Nada.
Sacudió la cabeza, una fría sonrisa cruzo brevemente por su rostro.
Su gran mano invirtió sus posiciones, ahora era el quién sostenía la mano de ella. García continuo la conversación como si nada hubiera pasado.
—Entonces, ¿cuál es la preferencia artística de mi esposa?
—Me gusta… el clasicismo, pero me encanta especialmente el estilo de pintura de Joya con su rico contraste. Y las obras de Pharamond. Pinto el mar toda su vida, peroné cada pintura, la luz lo transformaba en miles de colores. Y su discípulo, Langsen, también es un pintor…*1
N/T: *Fernando Márquez Joya fue un pintor barroco español.
N/T: *Henri Pierre Léon Pharamond Blanchard fue un pintor, ilustrador y dibujante francés especializado en pintura de género e histórica.
Mientras hablaba de su tema favorito, Ana se puso muy habladora sin darse cuenta. Estaba genuinamente emocionada. Por mucho tiempo que le dedicara, nunca sería suficiente para hablar de sus temas favoritos: la pintura y el arte.
Los ojos dorados de García observaron su rostro sonrojarse como el de una niña mientras hablaba con entusiasmo. Solo después de un rato, Ana se dio cuenta de que había estado hablando demasiado y tímidamente dejo de hablar. García miró sus orejas enrojecidas y ligeramente levanto las comisuras de su boca.
—Sabía que te gustaba, pero nunca me di cuenta de que eras tan apasionada.
—Lo siento, hable demasiado sobre mis pasatiempos.
—No, fue agradable.
Especialmente sus ojos. Toco ligeramente las puntas de sus delicados dedos, su gesto casi como una caricia. Sintiendo una repentina excitación, Ana le devolvió la sonrisa, preguntándose si se debía a la sensibilidad después de su intimidad.
—La señora Armendi de la galería también dijo yo que era como una niña. Nunca había visto a una mujer noble tan emocionada.
—Sí, también es la primera vez que lo veo.
—No te burles de mí.
—Hablo en serio.
Su risa llegó hasta sus dedos. Ana empezó a hacer su gesto habitual durante sus conversaciones privadas sin poder controlarlo. Aun así, cuando los labios que habían rozado sus nudillos bajaron hasta su palma, ella se estremeció. A diferencia del dorso de la mano, su palma era más sensible, como si tocara la piel desnuda. Cuando ella dejó de hablar y quedo desconcertada, García con indiferencia retiro los labios y pregunto amablemente.
—¿Por qué? ¿Hay algún problema?
—No.
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