La historia de amor de Violeta - Capitulo 1 parte 13
Capítulo 1: Grieta (13)
Molesta por su propio comportamiento, que surgió inconscientemente, Ana trató de que su expresión no decayera mientras se llevaba la taza de té a los labios. Podría haber escondido su rostro a través de un abanico si se tratara de una fiesta social.
García la miró en silencio y luego sugirió amablemente:
— ¿Qué te parece el vestido azul que mandaste a confeccionar anteriormente? Combinaría bien con tu cabello.
La idea le tentó. Ahora que él había notado su malestar, se sentía avergonzada y reacia, pero asintió. De hecho, García tenía talento para persuadir a los demás con gentileza en la mayoría de las situaciones.
— Muy bien, iré con ese.
Ana decidió prepararse temprano. Por lo general, ella se organizaría de forma más tranquila. Aun así, hoy no tenía ganas de enfrentarse a mucha gente y de alguna manera estaba convencida de que se encontraría con él, si iba temprano. A Siasen le gustaba contemplar el arte bajo la suave luz de la mañana y decía que bajo la luz natural, la apariencia de las pinturas cambiaba con el tiempo.
Con la ayuda de sus criadas, Ana se vistió y maquilló. Mientras se sentaba frente al espejo, poniéndose la ropa, se detuvo para mirarse. Ella era la personificación de una mujer noble, hermosa y elegante como una paloma blanca. Se dio cuenta de cuánto tiempo había pasado desde su niñez y noto una leve emoción reflejada en su rostro.
Perdida en sus pensamientos, Ana esbozó una sonrisa agridulce y de repente suspiró. La parte de atrás de su vestido se veía suelto, al parecer la nueva doncella lo había atado mal. Podía pedir ayuda, pero no quería armar un escándalo por ello.
— ¡Ann! Ven aquí un mom…
Cuando estaba a punto de llamar a Ann, la criada, la mano de alguien se extendió y sujetó suavemente su hombro. El familiar aroma del perfume y las manos grandes hicieron que Ana se relajara y llamó al reflejo del hombre en el espejo.
— ¿García?
— Pensé que podrías necesitar ayuda.
Se veía como un perfecto caballero, digno de una reunión social. Sus largos dedos, parecidos a los de un pianista, desataron lentamente la cinta en su espalda, haciéndola instintivamente estremecerse. A pesar de que él estaba familiarizado con su cuerpo, después de haberla desvestido innumerables veces, se sentía extrañamente emocionante.
García observó en silencio su espalda y hombros desnudos, sus dedos moviéndose lenta y deliberadamente sobre su piel. Ella se estremeció. Ana se mordió el labio mientras él ataba firmemente la cinta. Su piel expuesta quedó cuidadosamente cubierta nuevamente.
García murmuró satisfecho:
— Todo listo.
— Gracias.
Ana se dio cuenta de que su voz era más suave de lo habitual.
Al ver los diminutos pelos de su cuello erizados, García beso suavemente su mejilla antes de salir de su habitación, deseándole un buen día. El calor que dejó su gran mano sobre su clavícula y cuello hizo que Ana olvidara sus complicados pensamientos.
***
A los diecisiete años, Ana estaba enamorada.
— ¡Señorita! ¡Tenga cuidado, podría caer!
Haciendo caso omiso de los gritos de su niñera, Ana, molesta por su larga falda blanca, la sujetó con ambas manos y salió corriendo, provocando que su niñera casi se desmayara. A Ana le preocupaba que alguien pudiera ver sus tobillos y pantorrillas expuestas, pero tenía prisa.
Durante la fiesta de la señorita Lang, trato de no demostrarlo, pero no pudo evitar golpear con el pie debajo de la mesa, estando lista para irse. Quería volver rápidamente a casa para ver a Siasen, ya que había prometido colarse en la mansión de su padre para ver los cuadros antiguos de la familia.
Con él descubrió un lado valiente y travieso que no sabía que tenía. Cada vez que él sugería algo, ella dudaba, pero inevitablemente cedía y terminaba disfrutándolo más que él. A pesar de su naturaleza tranquila y calma, después de todo, era solo una chica de diecisiete años. Cuando sus mejillas se sonrojaban, Siasen la besaba juguetonamente diciendo:
— Eres hermosa, mi Ana.
Ana se sonrojaba aún más, susurrando que él no debía decir esas cosas, pero en el fondo no le disgustaba. Esperaba que él le prestara aún más atención, mirándola a los ojos y llamándola hermosa, más a menudo. ¿Por qué se le aceleraba el corazón cuando él decía las mismas palabras que solían decirle sus hermanos?
Siasen, que vino con el caluroso verano, era para Ana como un chocolate dulce o un pastel espolvoreado con azúcar blanca o tal vez un algodón de azúcar que se derrite al contacto. Desde su debut en la sociedad, tenía que comer menos casi tanto como un pájaro para controlar su peso, anhelando golosinas muy dulces. Él era como un sueño, o una fantasía, o un pájaro libre que volaba por el cielo, a diferencia de ella, atrapada en una jaula. Ella lo envidiaba y admiraba.
¿Cuán vasto y hermoso era su mundo de libertad ilimitada? Siasen parecía habitar un mundo que ella nunca podría tener ni entra. La chica madura, pero todavía inocente, no pudo evitar enamorarse de él.
El cuadro que Siasen quería mostrarle estaba colgado en un espacio al que solo podían acceder los miembros de la familia o que solo se podía ver durante reuniones oficiales. Naturalmente, al ser menores de edad, no podían entrar. Sin embargo, Siasen no se rindió. Influenciada por su entusiasmo, Ana también desarrolló curiosidad. ¿No estaría bien darle un vistazo solo una vez? La Ana original se habría rendido sin pensarlo dos veces, pero ahora se encontraba reflexionando sus opciones.
— En realidad. Tengo algo que decirte frente a ese cuadro.
Sobre todo, estaba entusiasmada por lo que él diría. Ana se sonrojó instintivamente, sintiendo que le haría una confesión importante y tal vez repetiría lo que Siasen había hecho el día de la brillante puesta de sol.
Su corazón estuvo inquieto todo el día, deseando ver a Siasen. Él había prometido dejar una nota en su habitación con la hora y el lugar. Ana subió corriendo las escaleras de la mansión e irrumpió en su habitación.
— Ana.
Su brillante sonrisa se desvaneció al instante. Su padre se paró solemnemente frente a la chimenea y se volvió lentamente con una carta en la mano. La mano de ella soltó el picaporte de su habitación. La expresión sombría en el rostro de su padre era difícil de leer, pero transmitía inequívocamente decepción e ira.
Ambos terminaron sin ver esa pintura. Nunca jamás.
***
Al sentir las suaves vibraciones del carruaje moviéndose por el camino, Ana abrió lentamente los ojos. Su doncella, Ann, se estaba quedando dormida frente a ella. Su mirada pasó de la doncella a la ventana, revelando el paisaje exterior.
El clima era realmente hermoso. Al igual que el vestido elegido por García, el cielo azul estaba adornado con nubes que parecían encajes. Mientras se acercaban a la galería, vio elegantes damas y caballeros con sombrillas caminando por las pintorescas calles. Al observar a una chica que vendía flores, un repartidor de periódicos y palomas volando por el horizonte de la ciudad, Ana volvió a cerrar las cortinas.
A medida que se acercaban a su destino, su mente se nubló con una sensación de preocupación. Se aferró al dobladillo de su vestido con las manos enguantadas. De repente, añoro a su marido, que no pudo despedirla con un beso.
Finalmente, el carruaje se detuvo. Ann se despertó rápidamente y se preparó para ayudar a su señora. Ana salió, ayudada por la educada mano del criado. Mientras Ann se arreglaba el vestido, Ana contemplaba en silencio el edificio blanco.
La galería, creada bajo el legado de la difunta duquesa Angli, tardó dos años de construcción. Ana se sorprendió cuando escuchó que la duquesa había donado todas sus obras de arte de su colección a esta galería.
La duquesa, una coleccionista voraz con un agudo sentido estético, era conocida por su fuerte posesividad y materialismo, especialmente después de heredar una inmensa fortuna de su difunto marido. A Ana no le hubiera sorprendido que la duquesa hubiera ordenado quemar o enterrar sus colecciones con ella en su testamento. Sin embargo, dejó su vasta propiedad a este museo de arte recién inaugurado. La sociedad chismorreaba con humor acerca de que la anciana duquesa había renunciado a su codicia antes de morir.
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