Capítulo 1: Grieta (6)

Este hombre, que parecía pulcro y amable, era sorprendentemente minucioso cuando se trataba de sus responsabilidades y su área. Cuando estaban recién casados, ella se preguntaba si él sabía siquiera la cantidad de platería y árboles que había en la mansión mientras le contaba todo.

Ana sacudió la cabeza mientras él le miraba la frente.

—Me sentí mejor después de una buena noche de sueño.

Su fuerte dolor de cabeza había desaparecido. Lo que había sido turbio y nebuloso se volvió claro, e incluso sintió un poco de hambre. García entonces asintió con la cabeza.

一 Señor Perot, que nos visitó, también dijo que era una simple migraña.

一 ¿Nos visitó y se fue?

Ana estaba un poco avergonzada. Ni siquiera tenía que haber venido. García, que leyó enseguida su expresión, habló claro,

一 No digas eso. Ya estás débil, y ahora te preocupas innecesariamente. ¿Crees que tiene sentido dudar en llamar a un médico cuando la anfitriona de Tudor está enferma?

Ana se acababa de reír de su tono frío pero firme. Era bien educado incluso con los comerciantes plebeyos y tenía una gran reputación como el mejor caballero del imperio. Sorprendentemente, muchos no sabían que, a pesar de que se decía que no tenía autoridad independientemente del estatus social, nadie encarnaba tan bien la nobleza como García.

Aunque él no discriminaba, había diferencias realistas. Como estaba en la cúspide de la pirámide, no dudaba en disfrutar y hacer uso de sus derechos; por el contrario, también se le daba bien dar.

Por supuesto, a Ana le gustaba ese aspecto de él. Porque, al final de todo, el amo de una familia debe tener la cabeza fría para proteger a su familia.

Había tinta en los callos de sus dedos al pasarlos por el enredado cabello de su esposa. A juzgar por el olor del papel y la tinta y por la flor de ojal de flores de rosa que suele usarse en el Palacio Imperial, parecía que había tenido una audiencia con el Emperador, había asistido a una reunión en palacio y luego se había pasado todo el día mirando documentos.

Hacía tiempo que se habían casado, así que ella podía adivinar lo que él hacía hoy, incluso por las pequeñas insinuaciones. Siempre ocupado y un marido perfecto. Su marido era un hombre competente. Era algo de lo que Ana se sentía orgullosa.

Anaís admiraba a su marido. A pesar de su baja edad, llevaba una pesada carga sin un ápice de desorden, era recto y honesto, y a veces incluso compartía las insignificantes cargas que soportaba su joven esposa. La gente como él era rara.

Pensó varias veces que ella no podría hacer tanto si estuviera en su lugar, aunque siempre había trabajado duro.

Ana dijo con el rostro ablandado.

一 No sé si ya lo he dicho.

Sonrió mientras tocaba suavemente las cejas de García.

一 Soy tan afortunada de tener a alguien como tú como mi marido.

Por un momento, miró a su sonriente esposa. Su rostro sereno fue cambiando poco a poco y, finalmente, esbozó una ligera sonrisa. Ana sintió que una calma más intensa invadía todo su cuerpo mientras el acogedor aire flotaba en sus ojos, los cuales estaban genuinamente complacidos.

Sí, para ella, esto es suficiente. Su felicidad era algo especial que ya existía, y ya tenía suficiente.

García cogió la mano de Ana y le besó el dorso.

一¿Acaso ya te lo dije?

一 Afortunada no lo había escuchado hasta ahora.

Se rio, por fin, a carcajadas. La risa en su mano le hacía cosquillas.

一 Estoy muy satisfecho contigo.

Ella ya había oído esas palabras antes. Cuando conoció a su prometido en el hermoso jardín bañado por la luz del sol del amanecer, durante su ceremonia de compromiso, e incluso después de su boda, él se lo había dicho.

 * * *

Estoy satisfecho gracias a ti.

 * * *

Satisfecho. Hasta el punto de sentir que es más de lo que ella se merece.

Ella lo tomó como un saludo formal. Objetivamente, era uno de los hombres solteros más codiciados del Imperio. Desde la perspectiva de Ana, sintió que había conocido a un marido que estaba por encima de su alcurnia.

Por eso se esforzaba más. Para estar al lado de una persona tan impecable, ella también tenía que llegar a serlo. Afortunadamente, sus esfuerzos dieron fruto, y encontró el proceso bastante agradable y de su agrado. Su ayuda indirecta también fue significativa.

一 Lo digo en serio, incluso en ese momento y ahora. Sabía que algún día me casaría, pero nunca imaginé que tendría una esposa como tú.

一¿Es necesario que el Marqués Tudor sea tan humilde?

一 Ana. Es porque mi mujer me ve con buenos ojos.

一 Todo el mundo es así.

Todos en el Imperio. ¿Acaso es que el Emperador no favorece al joven marqués de la familia Tudor? García se limitó a mirarla en silencio y sonrió.

一 Te sorprenderá descubrir. Qué ser humano tan imperfecto soy.

Una sombra recorrió sus ojos dorados, que por un momento parecieron deslumbrar. Sin embargo, como él decía, Ana no sabía lo que era aquello.

García se limitó a acariciarle los ojos con la punta de los dedos. Como si fuera natural, no saberlo en primer lugar. Contrariamente a su elegante impresión, sus manos eran ásperas. Pero no estaba mal. Porque esta aspereza demostraba cuánto trabajo hace.

García.

一¿Sí, Esposa?

一Mi estómago tiene hambre.

Estaba tan hambrienta que no tenía fuerzas en su cuerpo.

Un quejido poco característico se coló en su voz. La marquesa digna y elegante de siempre no habría hecho algo así, pero hoy quería hacerlo. Como era de esperar, García enarcó las cejas sorprendido, pero acabó sonriendo sutilmente. Besó brevemente la mano de su esposa.

—No puedo dejar que eso ocurra. Vamos a comer.

Con un chal grueso, García apoyo a Ana mientras caminaba hacia la mesa donde el mayordomo había preparado cuidadosamente la cena. Quizás porque se despertó enferma, su apetito había aumentado.

García, que la observaba atentamente comer, le entregó una copa de vino para ayudarle a digerir, tal vez preocupado por una indigestión. Ella durmió bien, comió bien y mientras se sentaba en el mullido sillón y miraba el rostro familiar de su marido, su cuerpo empezó a sentirse cansado como azúcar derretida.

Pensó una vez más que esta felicidad era suficiente.

García, tal vez leyendo la somnolencia en sus ojos que se cerraban lentamente, le hizo una sugerencia:

—Será mejor que te vayas a la cama, cariño. Quizás aún no te hayas recuperado del todo.

—Estoy bien.

Había dormido mucho y aún quería pasar tiempo con él. Aunque era obvio que era un hombre ocupado, se sentía segura cuando lo miraba.

Era como si una leve agonía en lo profundo de su corazón se derritiera cuando miraba esos ojos como el sol. Ana no sabía que su ansiedad se trataba sobre las grietas que se pegaban como polvo.

Pero Ana se obligó a negar con la cabeza. Él ya había perdido mucho tiempo por culpa de ella.

—Bien entonces…

Ana estaba a punto de despedirlo cuando, un poco tarde, notó una bata de seda suave y unas frutas de granada en un rincón de su dormitorio. “Ah” Su boca se abrió. Hoy era uno de los días señalados. “Ahora que lo pienso, el vino que tomé antes…

Ciertamente, había estado perdida en sus pensamientos. Ana se dio cuenta de que se le había olvidado que hoy era el día obligatorio para dormir juntos, que ocurría una vez al mes.

La señora Denia, que era casi tan mayor como la madre de García, había insinuado cuál era el mejor día para tener un bebe cuando la visitó la semana pasada, pero estaba tan ocupada… No podía creer que se había olvidado de su deber más importante.

Ya han pasado 3 años desde que se casaron. Poco a poco, la familia fue insistiendo en la cuestión de un sucesor y como García cumpliría 30 años dentro de dos años, no sería extraño tener uno o dos hijos. Ana pensó que debería empezar a trabajar más duro. Sin embargo, García, el cabeza de familia, no parecía preocuparse demasiado por eso.

García, que siguió su mirada, frunció el ceño y dijo con firmeza.

—Les dije que guardaran todo esto, pero parece que se han olvidado. Por hoy, duerme cómodamente.

Ciertamente, no parecía tener ninguna intención de acostarse con ella. Él nunca había roto su palabra en tales situaciones. Probablemente, no quería cansar a su esposa enferma. García no era solo un caballero, también era un hombre sencillo. Mientras él besaba su mejilla y estaba a punto de salir de la habitación, ella lo agarró sin darse cuenta.

—Cariño.

Sus ojos dorados miraron lentamente sus esbeltas manos apoyadas en sus brazos y luego lentamente miraron a Ana, quien parecía sorprendida incluso de ella misma. Como mujer noble, educada correctamente como tal, nunca había asumido un papel activo en esta área.

Esto fue a pesar de que llevaban tres años casados y solo habían pasado unas pocas noches juntos. Sus orejas estaban ardiendo de vergüenza porque no estaba acostumbrada a este tipo de situaciones.

García miró en silencio a sus orejas rojas en medio de su cabello rubio finamente extendido. Incluso los dedos que le tocaban eran cálidos y calientes. El desvío, la mirada de sus temblorosos y sus brillantes ojos rojos a sus labios de varilla que hablaban sin rumbo fijo. Las orejas redondas, las uñas elegantes, los labios y esos dos ojos, conscientes de él, estaban todos rojos.

Por supuesto, ella probablemente no lo sabía.

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